Esta generación nunca tuvo consciencia de formar parte de un grupo ni de ser baluartes o levantar algún movimiento. Si había algo que les unía eran las letras, la melancolía, una tristeza honda y unas ganas de irse pronto, sin que nadie les llamara.
Los hombres que conformaron la generación decapitada fueron los quiteños Humberto Fierro y Arturo Borja; y los guayaquileños Ernesto Noboa y Caamaño y Medardo Ángel Silva. Como parte de las ironías de la vida, el bautizo de la agrupación fue años después de sus muertes.
Le correspondió al escritor Raúl Andrade asignar el nombre que marcó pauta y les inmortalizó más allá de sus letras. Andrade lo hizo por medio de un ensayo, al cual llamó Retablo de una generación decapitada.

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